jueves, 8 de noviembre de 2012

Soy un incomprendido

Desde que empecé a tener algo de criterio, esto es, desde que entré en bachillerato humanístico para ser profe de lengua y mi padre me recomendaba que estudiara Derecho, vengo sintiendo que mi familia no me comprende.  Esto no tendría nada de particular si siguiera en los 17 años, pero ya tengo 29 y sigo teniendo la misma sensación, lo cual es preocupante, porque indica mi clara incapacidad para comunicar lo que siento y necesito a los que me rodean.

Por eso mismo, el día que anuncié a bombo y platillo que me iba a estudiar un máster a la Ciudad de México, el ambiente se heló unos cuantos grados y el silencio se hizo presente en forma de máquina tragaperras... porque el "bombo y platillo" se produjo en un bar bastante cutre antes de salir hacia el aeropuerto camino a Barcelona. He de decir que no fue casual: había esperado el momento apropiado, momento que se presentó cuando el hermano que me sigue acababa de montar uno de sus jaleos habituales, especialmente gordo en este caso. "¡Esta es la mía!", pensé; y lo solté a bocajarro para que, al comparar con las trifulcas de mi hermano, no saliera tan perjudicado. Así, en mitad del problema, la conversación quedó pendiente... aunque sabía que tarde o temprano tendría que volver a salir.

El asunto es que mis padres no comprenden que teniendo un trabajo para toda la vida y una hipoteca casa recién adquirida, decida dejar de trabajar e irme a una ciudad que está en la otra punta del mundo. Para mi padre, particularmente, el hecho de no poder ir en coche es preocupante. Por supuesto, mis padres tampoco están preparados para nombrar la causa no académica de este viaje, un mexicano de metro noventa al que conocen desde hace dos años, cuando pasó el verano con nosotros. En justicia, hay que decir que en mi casa siempre se ha hablado de parejas y sexo libremente, es decir, que todos hemos sido libres de callarnos. Ni mis dos hermanos menores ni yo hemos tenido que hablar jamás de parejas, de condones o de relaciones prematrimoniales, cosa que luego crea muchas trabas a la hora de comunicarse. Para mi felicidad, tampoco nos hablaron nunca de cigüeñas, abejas, coles y esas tonterías de progres, que diría mi padre. Nuestra educación sexual fue pueblerinamente tradicional: mi padre juntaba dos perros, veíamos cómo se montaban y atábamos cabos. Nada más educativo.
Esto, unido al hecho de que ser gay no es precisamente el tema más popular de la sobremesa, hace especialmente complicado tener la conversación con ellos, es decir, con mi madre: yo insisto en nombrar al mexicano que me espera cada vez que es necesario, y mi madre se empeña en esquivarlo, por lo que nada va a ninguna parte y acabamos discutiendo a quién voy a alquilar el piso, cómo voy a pagar la hipoteca y la hipotética fecha de partida, que ni siquiera yo conozco, gracias al excelentísimo Ayuntamiento de Barcelona... tema que ya trataré en otra ocasión.

Por todo esto, al final el asunto ha acabado en que tras cada llamada diaria de mi madre, a la que a pesar de ello adoro, termino con el ánimo depresivo, porque sus preguntas en apariencia simples están cargadas de un trasfondo muy largo que resulta cansadísimo de razonar. Y esto se agrava cuando me llama mi abuelita, que es estupenda, pero que no sabe o parece no saber la motivación ya comentada, y claro, es más directa preguntando, pero no le puedo responder. "Pero ¿qué necesidad tenías tú, con tu buen trabajo, de pasar calamidades?", me dice, y claro, le hablo de ver mundo, de comer tacos, de cantar rancheras... Y para hacerme sentir peor demostrarme que me quiere, me dice: "Ea, ya no me vas a ver antes de que me muera". Cosa que dice con el amoroso propósito de que me quede en España, pero que me deja los nervios de punta porque luego estoy horas pensando que a lo mejor es verdad. Y tampoco puedo llamarla por Skype, bastante tiene con conseguir sintonizar Se llama copla.

En fin, que por todas estas y por otras inquietudes, he pensado en escribir esto, con un ánimo más o menos divertido, pero también de desahogo. Bueno, y también para explicar las cosas de una vez y no repetirlo por teléfono, mensajes y chats durante horas a mis quinientos más íntimos... Porque, por si alguien no lo sabe, ahora vivo en la miseria. Pero eso lo comentaré en otra ocasión.

2 comentarios:

  1. Ánimo José Luis,

    Todos hemos emigrado alguna vez y para nadie ha sido fácil, pero las familias tienen que entender que hay cosas que hay que hacer porque hay que hacerlas. No te esfuerces sobremanera en conseguir que te entiendan, ese es un proceso porque el tendrán que pasar solos. Tú concéntrate en los auténticos motivos que te llevan tan lejos, piensa en los beneficios que sacarás de la aventura, piensa que cuando uno toma una decisión así, es porque sin duda tiene mucho más que ganar que lo que pudiese perder.

    Y cuando vuelvas (si lo haces) verás que había muchos otros motivos para ir allí que desconocías antes de meter el primer calcetín en tu maleta.

    ¡Un abrazo y mucha suerte!

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  2. Muchas gracias por tus palabras, la verdad es que me han llegado al corazón ;) Sabes que México y yo te esperamos también.

    ¡Un abrazo!

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