jueves, 15 de noviembre de 2012

Soy un propietario ilusionado

Muchos de mis amigos ya saben que alquilo mi piso por largo tiempo. Es una monada, para que lo voy a negar por falsa humildad (publicidad encubierta). Lo arreglé con poco dinero, pero con buen gusto, y lo primero puede llegar a tenerlo todo el mundo, pero lo segundo, no. Cierto es que las cosas realmente buenas y bonitas suelen ser caras, pero no todo lo caro es bueno y bonito. Mi abuela, mi madre y yo, que formamos una cadena genética de parejas de cromosomas muy similares (hablamos mucho, gesticulamos, tenemos tendencia a la tragedia, esas cosas), compartimos también una capacidad innata para encontrar en cualquier tipo de tienda, por grande y compleja que sea, la cosa más bonita, de mayor calidad y más cara entre todas las existencias. Pongo como ejemplo extremo aquella situación, tras morir mi abuelito, que en paz descanse, en que fuimos a elegir una lápida a una tienda bastante lúgubre en la que mi padre y mi hermano las veían todas iguales... Pues bien, las tres copias genéticas nos fuimos directos a la más sencilla, elegante y refinada, y el dependiente, obviamente, nos elogió: era la lápida más cara de toda la tienda. Una preciosidad.  Era tan bonita que, si no fuera por su uso habitual, cualquiera la tendría en su salón. Evidentemente, no la compramos. Por algo la tendencia a la tragedia: otra cosa que tenemos en común es que a ninguno nos llega nunca el dinero para esos lujos. Compramos la más bonita de la gama media y fin de la historia. Es uno de los dramas de nuestras vidas: reconocer lo bueno y no poder comprarlo. Triste sino el nuestro.

Como ya he apuntado brevemente en Facebook (porque a pesar del blog y del teléfono, si algo no está en Facebook no existe, eso lo sabe todo el mundo), he descubierto que me encanta la gente, sobre todo desde que intento alquilar mi piso para irme a México, ya que, por cierto, he solucionado parte de los problemas que comenté anteriormente, cosa que explicaré a su debido tiempo. Como decía, me encanta la gente, y no porque casi todos los que vienen a ver el piso son agradables y puntuales, sino porque sus comentarios me han hecho redescubrir que el ser humano puede tener esperanza e ilusiones. El último que ha venido, amigo de una amiga, ha hecho un recorrido triunfal por el piso. Ha alabado el suelo, le ha gustado el dormitorio, le ha encantado el baño y ha encontrado la sala y la cocina maravillosos. Incluso me ha comentado que le fascinaba el patio. Y, finalmente, me ha dicho: "¡Me encanta! Pero lo quería más grande, con más dormitorios y más luz en ellos (el piso es un principal), pero por esta misma zona y que me cobren la mitad". ¿No es de un optimismo encantador? Oye, que me encantaría que eso fuera posible, porque entonces ni me hubiera salido a cuenta comprarme un piso: me quedo de alquiler toda la vida. Hay que decir que no pido una barbaridad por él, unos 800 euros. Que se podría mirar a la baja, vale. Pero que quieras todo eso por 400 euros en Barcelona me parece simplemente ilusionante. Porque nos demuestra que todos podemos soñar.

En definitiva, que cuando se ha ido y me he puesto a desayunar, me sentía optimista y lleno de esperanza. Claro que la mía es un tanto opuesta a la suya: seguro que encuentro a alguien que me alquile esto por 3000 euros al mes, pague la comunidad y el IBI por mí porque le apetece, me reserve un cuarto para cuando venga a Barcelona de visita y no me haga sacar todos los libros de casa, sino que me los guarde y conserve con amor. Por supuesto, cuando vuelva a casa habrá cambiado todos los electrodomésticos por otros mejores y, además, renunciará a cobrar la fianza porque me habrá desgastado de más el suelo. Y así de contento me voy a ir a la ducha... Porque lo que no hay que perder es la ilusión.

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