miércoles, 19 de diciembre de 2012

Soy un caprichoso

El día ha comenzado de una manera más bien tonta. Yo tenía que ir al INAM (Instituto Nacional de Migración) para que mi visado se convierta en una visa de estudiante por dos años. Ya ha habido presagios aciagos: me he levantado muy temprano para desayunar con Alex y que me acompañara a la parada de metro que más me convenía, hemos ingerido las viandas a toda prisa, porque llegábamos tarde, íbamos a toda velocidad por la calle... y he tenido que volverme porque había olvidado coger el pasaporte. Yo y mis cosas.

El caso es que después de tres conexiones de metro en solitario, una de ellas con la nueva línea 12, que llaman dorada y es fantástica, la verdad, he llegado a la estación de Polanco dispuesto a solucionar el tema en diez minutitos. Polanco, para el que no lo sepa, es un barrio bien en una buena zona de la ciudad, y la parada de metro homónima, según la página oficial del INM, es la más cercana a la sede que debía visitar. Y tienen razón: es la más cercana. Solo que la parada está a la altura del número 300 de la calle, llamada Homero (muy cultural, todo), y la sede del INM... ¡está en el número 1832! Sí, así mismo. 

El típico camioncito mexicano.
Así que para no gastar, que no está la Magdalena para tafetanes, me he dicho, todo valiente: "José Luis, no seas caprichoso, de autobuses, nada, que cuestan dinero y no tienes nada que hacer. Estos mil quinientos treinta y dos números te los haces tú a patita, como un hombre". Nótese que es una zona de grandes edificios y establecimientos comerciales, que cada vez que veía que un bloque ocupaba toda la manzana (esto es, es un único número), me cagaba en todos los arquitectos maximalistas juntos. Vamos, que al inventor de los minipisos le hubiera dado yo un premio hoy, o lo que me pidiera. Tras una hora larguita de caminata, finalmente, he llegado a mi destino, y eso de "como un hombre" era ya  "como un caracol moribundo". Menos mal que una vez allí todo ha ido razonablemente bien. Por ahora, no tengo demasiada queja de la burocracia mexicana: no es más lenta que la española.

Eso sí, tras toda la mañana de caminata, me he dado el gusto: he vuelto a la parada de metro en camión, como dicen a los autobuses urbanos en México. Todo un lujazo, porque cuando he ido a pagar me han cobrado 4 pesos: casi 23 centimazos de euro. Y es que, como siempre digo, un capricho de vez en cuando es lo que nos hace felices.

lunes, 17 de diciembre de 2012

¡Soy recién llegado a México!

¡Amigos y amigas, por fin estoy en la Ciudad de México! Lo mío me ha costado, como ya sabéis, pero creo que ha merecido la pena. Hace una hora paseaba por el centro de Coyoacán, mi barrio, después de haber desayunado unos molletes de escándalo, y casi no me podía creer que todo eso fuera real, que estuviera al alcance de mi mano. Casi me han hecho olvidar el irrepetible viaje desde Barcelona hasta el DF. Y digo irrepetible porque a Dios pongo por testigo de que no se volverá a repetir. Antes monto una balsa con cañas y me cruzo el Atlántico.

Todo empezó en la tranquila mañana del viernes pasado: el cálido sol desafiaba al frío navideño, Beatriz roncaba en la cama, las palomas okupas del balcón arrullaban su sueño... Entonces, la llamada: "mira, que si te vienes YA al consulado tramitamos tu visa y te puedes ir mañana" A partir de aquí empezó la carrera que en parte ya os expliqué en la entrada anterior, y también tres días de prisas, tensión y cansancio para llegar hasta esta bonita ciudad. 

El siguiente paso fue la búsqueda del vuelo. Todo carísimo: a ver, es navidad en una semana. Así que elegí la opción más barata (900€, cuando yo he pagado por mejores vuelos 680€): ir con AirFrance de Barcelona a París, dormir en el aeropuerto, de París a Cancún y, en un vuelo doméstico, de Cancún al DF. Dos días de viaje. Pero salía barato, así que allá nos vamos. Mala noticia inicial: nada más llegar al aeropuerto, 100 euritos más por sobrepeso. Mal empezamos.

El primer vuelo fue prácticamente anecdótico y me recordó por qué los franceses son considerados personas cultas y refinadas: ¡dan cerveza! ¡regalan galletitas saladas! Desde luego, eso es savoir fer, no veía un obsequio de una compañía aérea desde aquella época en la que empecé a volar, cuando si el vuelo se retrasaba 15 minutos te regalaban descuentos para el vuelo siguiente... ¡y hasta se disculpaban! Ah, si es que  cualquier tiempo pasado fue mejor... Bueno, pues eso, que llego a París sorprendido por el maravilloso servicio y pensando: "ahora dejo esto en consigna y me voy de romántico paseo por el París nocturno". Ya podéis aventurar que no fue así: llovía a mares. El diluvio universal. Así que me fui a la cafetería de mi terminal... y a ver pasar las horas. ¡Qué lentas que pasan cuando uno se aburre! En estos dos días me he pasado un videojuego, me he acabado dos libros (entre ellos, el de Jorge Javier Vázquez, el presentador de la tele, que ya comentaré en otra ocasión) y he abandonado otros tres más, por infumables; amén de haber visto dos películas. Pero lo peor fue intentar dormir: todos los que pasábamos la noche en el aeropuerto nos hacinábamos en un gran sofá semicircular, y he de decir que la desgracia une mucho: concretamente, pasé la noche con los pies de una negra en la cara y el turbante de otra africana en los pies. Pura fiesta interracial. Hasta que a las 5 de la mañana pasó un "amable" camarero que nos dijo "delicadamente" que a tomar por culo de allí, que había que abrir. Por supuesto, adiós a mi imagen de los franceses como cultos y delicados... ¿por qué desayunarán a las 6 de la mañana?

Amo al Sr. Darcy, no lo puedo remediar...
En fin, de nuevo horas y horas hasta que a las 13:30 sale mi vuelo transoceánico. De este viaje, nada que decir. Trato agradable, asientos cómodos, comida correcta... Y lo mejor, en la pantalla que tiene cada asiento delante puedes elegir buscar las películas por la lengua en la que están. Con Delta me pasé medio vuelo mirando todas las pelis una a una, porque no sabías si estaba en español hasta el final del proceso. En esto, los franceses, chapeau. Lástima que no estaban muy actualizados... Eso sí, me lo pasé bomba volviendo a ver Orgullo y prejuicio, esta vez en español latino... 

Pudiera parecer que la cosa había ido mejorando, pero ya os advierto que solo era una trampa del destino para que pareciera que me podía relajar. Porque llego a Cancún, diez u once horas de vuelo mediante, voy a facturar de nuevo tan tranquilamente, y... sobrepeso. Que a ver, ya me lo esperaba. Lo que no me esperaba era el show. Porque la azafata va y me dice que no puedo documentar más de 15 kilos por maleta, así que tengo que comprar dos maletas más para distribuir los kilos que sobran de mi equipaje normal y de mi equipaje de mano, que también se sobrepasa. Y tengo para ello menos de 15 minutos porque se cierra el vuelo. "¡Apúrese, m'hijito!". Corre que te corre, pesa que te pesa, sudando la gota gorda (iba con ropa de invierno a 25º), lo consigo. Y cuando voy a pagar, ya fuera de hora, me dice: "¡Uy, no aceptamos tarjeta! Corra al cajero". Vuelta a correr, saco dinero (que no sé de dónde, el banco se va a volver loco con los cargos) y vuelta de nuevo. Y cuando acabo todo y me da la tarjeta de embarque, me dice: "Vaya, su vuelo se demora: no saldrá a las 20, sino a las 22:40". Las ganas de llorar eran casi las mismas que las de matar a la pinche vieja aeromoza (mexicanización de "azafata vejestorio hija de puta").

Menos mal que al final llegué al DF con muchos euros/pesos menos y mucha alegría de más. Pero la parte buena ya la cuento otro día. No vayáis a daros cuenta de que, al final, el esfuerzo mereció la pena.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Soy poseedor del visado

¡Sí! ¡Por fin! Mi tesoro... El Consulado de México en Barcelona acaba de darme el visado para poder entrar como estudiante en el país del tequila. La aventura ha sido larga y llena de sinsabores, y aderezada también de una larga factura telefónica que me producirá mucho dolor en poco tiempo, anticipo cual pitonisa.

La verdad es que yo, a fuerza de imaginar, me había creado una imagen mental de la visa romántica y fastuosa: un pergamino de bordes dorados, letra manuscrita de tinta preciosa e imperecedera, un marco de plata labrada... Claro, uno abre ahora el pasaporte y mira la visa, y siente que le están dando gato por liebre: es una pegatina (sí, como un cromo de esos de los álbumes) enganchada en una página intermedia del pasaporte, de cromatura descolorida y fotografía del que escribe casi traslucida y fantasmagórica, que parezco la niña de la curva. Adiós a mis sueños de que este documento diera lustre a la genealogía familiar; como mucho, podría dar lustre a unos zapatos. Del chino, eso sí, que no me fío de su eficacia y la piel buena hay que cuidarla.

Yo, por si acaso, me he asegurado varias veces de que con aquella broma me iban a dejar aterrizar en México. Vamos, que la señorita que me lo ha hecho (como un favor, porque no lo suelen dar en el día) ha notado perfectamente mi tono de "tres meses para conseguir esto" que me esforzaba, sin éxito, por disimular. Mas, definitivamente, sí: es el truño correcto.

Así que ahora solo me quedan esas tres o cuatro cosillas menores: comprar el billete, acabar las maletas, despedirme de los míos... Todo antes de mañana. Lo cual me lleva a preguntarme: "¿qué hago escribiendo una entrada del blog en mi móvil, con todo lo que hay que hacer?". El tonto. Pero es lo que tiene estar feliz solo, que tienes que gritarlo y no tienes con quién. Y también, para que engañaros, que el viaje en bus es muy largo y me aburro. Al final, lo que nos mueve son las pequeñas cosas.

Aquí os dejo una foto de mi barrio en México, que espero pisar mañana :)

martes, 11 de diciembre de 2012

Soy profesional

Quedan más o menos cuatro días para que salga hacia el país que va acogerme durante los dos próximos años, México. Ha sido un camino largo y difícil a causa de los trámites administrativos, que aún no están resueltos del todo: entre llamadas a la Embajada de México en Madrid, correos electrónicos con el Consulado de México en Barcelona y conversaciones por chat con Alex para que llame por teléfono a todos los organismos oficiales conocidos en México, mi vida se parece más a la de un teleoperador que a la del feliz estudiante enamorado y becado que debería ser. Por cierto, gracias, Alex, por dedicar tu tiempo a contactar con burócratas mexicanos de índole diversa. Es algo que la experiencia me ha dicho que no resulta grato, sean mexicanos, españoles o conchinchinos.

Tanto trato con funcionarios de la administración me ha hecho pensar en el tema de la profesionalidad en el trabajo. Aclaro que yo soy funcionario de educación, y mi opinión sobre el odio al funcionariado es que la gente es tonta. Así de claro. Porque no se parecen en nada un funcionario de educación, uno de sanidad, un bedel, un juez y un administrativo. Todos son funcionarios, pero no todos cobran un pastón y no hacen nada, como dice el mito, ni nuestro trabajo se parece en absoluto. Lo que sí hay o no hay en cualquier trabajo, sea como funcionario o no, es profesionalidad.

Muñequitas con diversas profesiones. A juzgar por su cara,
no tienen ningún problema con la nueva reforma laboral.
A mí siempre me ha gustado intentar hacer bien mi trabajo. Creo que es un orgullo para un trabajador ser bueno en su oficio, y que ese saber hacer profesional es el que legitima cuando es necesario reivindicar alguna cosa. Eso no quiere decir que no existan los errores, o aspectos que no se pueden conseguir: ¡ya quisiera yo haber logrado que todos mis alumnos prosperaran en sus estudios! Pero, si no se llega al mejor puerto, al menos tiene que quedarte el gusto de haber recorrido correctamente la travesía, de haberlo dado todo incluso aunque se malogre el objetivo.

Por eso no entiendo cómo hay tanta gente que te atiende sin una pizca de profesionalidad. Y no es solo mi experiencia consular, que me ha dado mil dolores de cabeza y cuya única conclusión, según las responsables, es que yo lo hice mal porque no hablé con la persona adecuada. Lo mismo me dijo el señor que me hizo las reformas de casa cuando luego no pasamos la inspección del gas: la culpa es mía por decirle que pusiera el calentador en tal sitio, cuando la normativa no lo permite. Mi respuesta en ambos casos es exactamente la misma: señores, los profesionales son ustedes. Yo no doy visados diariamente, ni hago reformas de casas. Es el consulado el que me ha de orientar bien desde el principio para que hable con las personas correctas, y es el albañil que reforma casas el que tiene que conocer las normativas de lo que está instalando. A mí se me caería la cara de vergüenza si viniera una madre y le dijera que la culpa de que su hijo o hija suspenda es suya, porque debería haberse informado de que yo no enseño bien. Y vuelvo a decir que errare humanum est, pero una cosa es equivocarse, y otra no tener idea de lo que uno está haciendo y, lo que es peor, intentar cargar las culpas (y una factura monumental, si es posible) al que solicita el servicio, que, evidentemente, no tiene por qué saber cómo funciona.

Lo que ocurre es que la profesionalidad ya no se valora, excepto en los trabajadores sexuales, donde la experiencia es un grado, o eso dicen. Habrá que quedar con alguno y comprobar si son los únicos que cumplen bien con su oficio. Os dejo, que tengo que llamar por teléfono. ¡No penséis mal! Voy a llamar al Consulado por quincuagésima vez... aunque seguro que me saldría más barato, y más placentero, llamar a alguien más profesional.

viernes, 7 de diciembre de 2012

Soy español...

Aclaro desde ya que, aunque viva en Barcelona, este no es un artículo sobre las bondades y ventajas de ser o no ser español. Así que si estás harto de quejas por la catalanidad/españolidad, puedes seguir leyendo. Aunque te aseguro que te vas a encontrar otras quejas.

Yo soy de esa gente que tiene memoria. Sé que es algo que no está de moda, pero me acuerdo de casi todo lo importante, aunque luego me olvidé de qué comí ayer. De todo lo importante o de cosas relativamente anecdóticas, pero que tienen un trasfondo. Y ayer me acordaba de toda esa gente que, en los mundiales ganados por la Selección Española, coreaba: Yo soy español, español, español. Parecía que ser español era lo mejor que te podía pasar en la vida porque había trece jugadores de fútbol que habían introducido una pelota entre tres palos en partidos consecutivos. Confieso que no entiendo la pasión por el fútbol (aunque sí entiendo el hecho de que algo te apasione), pero eso no quita que la imagen se me quedara grabada en la mente, porque, sinceramente, ya entonces no veía yo tanto motivo para estar orgulloso de nuestra nacionalidad.

Aparte de tener memoria, leo los periódicos. Lo sé, lo sé, soy un antiguo: ahora hay que leer el Twitter, que te dice lo mismo en ciento cincuenta caracteres. Pero es que a mí me gustan las preposiciones y las conjunciones; disfruto viendo oraciones enlazadas y, cosa rara, me entran mareos cuando veo la cantidad de faltas que pueden ponerse en ciento cincuenta letras: llamadme romántico. Y claro, ayer cogí el periódico y, aparte de agriarme el día, me recordó la imagen del yo soy español, español, español y mi sensación de asombro ante aquel hecho ya lejano.

Y es que en ese país leí un nuevo motivo para no estar orgulloso, que no es otro que la corrupción del país: ayer se publicó el Índice de Percepción de Corrupción, que mide de manera ordenada "los niveles de percepción de corrupción en el sector público en un país determinado y consiste en un índice compuesto, que se basa en diversas encuestas a expertos y empresas". España ocupa el puesto número 30 de 176. Parece que no vamos mal. Pero solo parece. Porque España está al mismo nivel que países como Botsuana, y por detrás de países como Catar o los Emiratos Árabes. Dentro de Europa, solo algunos países de la Europa del Este, con todos sus problemas, Polonia y Grecia están peor. Como siempre, vamos a la cola de Unión Europea. Y hay que notar que a la encuesta responden "expertos y empresas". Que digo yo que a las empresas tampoco les interesará divulgar la corrupción existente, ya que en muchos casos se benefician de ella. Porque si le han preguntado al expresidente de la Patronal, el Sr. (es un decir) Díaz Ferran, seguro que habrá dicho todo que iba como la seda. Lástima que se acabe de descubrir que el visionario que dijo que con la crisis había que trabajar más y cobrar menos ha dejado miles de trabajadores y empresas sin cobrar porque ocultaba su patrimonio mediante pactos ilegales e ilícitos. Y luego dicen que por qué no nos fiamos de lo que pide la CEOE.

En fin, que hay miles de asuntos por los que estar orgullosísimo de España: los desahucios, la reforma laboral, el paro, la contrarreforma de la reforma de la contrarreforma educativa... Pero esta mañana he escuchado la última cosa por la que sentirse bien siendo español. Resulta que hace unos años un hombre drogadicto pasó dos papelinas de heroína a otro drogadicto. Lo pillaron, fue condenado, se aplazó el caso, recayó y se le volvió a condenar, pero no entró en la cárcel. Y ahora, años después, totalmente rehabilitado y colaborando con centros de desintoxicación, le deniegan el indulto y lo mandan a la cárcel. Sin más. Y justo cuando hace unos días se indultó por segunda vez a cuatro mossos d'esquadra torturadores de inocentes. Hay que recordar que el indulto no lo concede un juez, sino el Gobierno, un gobierno de derechas del Partido Popular. Y... ¡oh, sorpresa! El condenado milita activamente en un partido de izquierdas y ¡oh, sorpresa aún mayor! Su padre, ahora invidente, es conocido en Vigo, su ciudad, porque fue un destacado antifranquista. ¿Casualidad? Bueno, no lo sé. Si no existiera la figura del indulto tal y como está redactado, podríamos saberlo. Porque el Gobierno no tiene por qué explicar los motivos del indulto, y tampoco lo hace. 

Yo solo sé que ahora cuatro torturadores pueden detenerme por las calles de Barcelona, mientras un señor (ahora sí) que ha vencido a la droga y que ayuda a otros a salir de ella está entre rejas. Si me hubieran preguntado a mí en esa encuesta sobre la corrupción en España, seguro que estaríamos en el puesto 176. Y, a diferencia de este gobierno, yo sí que explico a qué se debe mi "orgullo" español.