lunes, 17 de diciembre de 2012

¡Soy recién llegado a México!

¡Amigos y amigas, por fin estoy en la Ciudad de México! Lo mío me ha costado, como ya sabéis, pero creo que ha merecido la pena. Hace una hora paseaba por el centro de Coyoacán, mi barrio, después de haber desayunado unos molletes de escándalo, y casi no me podía creer que todo eso fuera real, que estuviera al alcance de mi mano. Casi me han hecho olvidar el irrepetible viaje desde Barcelona hasta el DF. Y digo irrepetible porque a Dios pongo por testigo de que no se volverá a repetir. Antes monto una balsa con cañas y me cruzo el Atlántico.

Todo empezó en la tranquila mañana del viernes pasado: el cálido sol desafiaba al frío navideño, Beatriz roncaba en la cama, las palomas okupas del balcón arrullaban su sueño... Entonces, la llamada: "mira, que si te vienes YA al consulado tramitamos tu visa y te puedes ir mañana" A partir de aquí empezó la carrera que en parte ya os expliqué en la entrada anterior, y también tres días de prisas, tensión y cansancio para llegar hasta esta bonita ciudad. 

El siguiente paso fue la búsqueda del vuelo. Todo carísimo: a ver, es navidad en una semana. Así que elegí la opción más barata (900€, cuando yo he pagado por mejores vuelos 680€): ir con AirFrance de Barcelona a París, dormir en el aeropuerto, de París a Cancún y, en un vuelo doméstico, de Cancún al DF. Dos días de viaje. Pero salía barato, así que allá nos vamos. Mala noticia inicial: nada más llegar al aeropuerto, 100 euritos más por sobrepeso. Mal empezamos.

El primer vuelo fue prácticamente anecdótico y me recordó por qué los franceses son considerados personas cultas y refinadas: ¡dan cerveza! ¡regalan galletitas saladas! Desde luego, eso es savoir fer, no veía un obsequio de una compañía aérea desde aquella época en la que empecé a volar, cuando si el vuelo se retrasaba 15 minutos te regalaban descuentos para el vuelo siguiente... ¡y hasta se disculpaban! Ah, si es que  cualquier tiempo pasado fue mejor... Bueno, pues eso, que llego a París sorprendido por el maravilloso servicio y pensando: "ahora dejo esto en consigna y me voy de romántico paseo por el París nocturno". Ya podéis aventurar que no fue así: llovía a mares. El diluvio universal. Así que me fui a la cafetería de mi terminal... y a ver pasar las horas. ¡Qué lentas que pasan cuando uno se aburre! En estos dos días me he pasado un videojuego, me he acabado dos libros (entre ellos, el de Jorge Javier Vázquez, el presentador de la tele, que ya comentaré en otra ocasión) y he abandonado otros tres más, por infumables; amén de haber visto dos películas. Pero lo peor fue intentar dormir: todos los que pasábamos la noche en el aeropuerto nos hacinábamos en un gran sofá semicircular, y he de decir que la desgracia une mucho: concretamente, pasé la noche con los pies de una negra en la cara y el turbante de otra africana en los pies. Pura fiesta interracial. Hasta que a las 5 de la mañana pasó un "amable" camarero que nos dijo "delicadamente" que a tomar por culo de allí, que había que abrir. Por supuesto, adiós a mi imagen de los franceses como cultos y delicados... ¿por qué desayunarán a las 6 de la mañana?

Amo al Sr. Darcy, no lo puedo remediar...
En fin, de nuevo horas y horas hasta que a las 13:30 sale mi vuelo transoceánico. De este viaje, nada que decir. Trato agradable, asientos cómodos, comida correcta... Y lo mejor, en la pantalla que tiene cada asiento delante puedes elegir buscar las películas por la lengua en la que están. Con Delta me pasé medio vuelo mirando todas las pelis una a una, porque no sabías si estaba en español hasta el final del proceso. En esto, los franceses, chapeau. Lástima que no estaban muy actualizados... Eso sí, me lo pasé bomba volviendo a ver Orgullo y prejuicio, esta vez en español latino... 

Pudiera parecer que la cosa había ido mejorando, pero ya os advierto que solo era una trampa del destino para que pareciera que me podía relajar. Porque llego a Cancún, diez u once horas de vuelo mediante, voy a facturar de nuevo tan tranquilamente, y... sobrepeso. Que a ver, ya me lo esperaba. Lo que no me esperaba era el show. Porque la azafata va y me dice que no puedo documentar más de 15 kilos por maleta, así que tengo que comprar dos maletas más para distribuir los kilos que sobran de mi equipaje normal y de mi equipaje de mano, que también se sobrepasa. Y tengo para ello menos de 15 minutos porque se cierra el vuelo. "¡Apúrese, m'hijito!". Corre que te corre, pesa que te pesa, sudando la gota gorda (iba con ropa de invierno a 25º), lo consigo. Y cuando voy a pagar, ya fuera de hora, me dice: "¡Uy, no aceptamos tarjeta! Corra al cajero". Vuelta a correr, saco dinero (que no sé de dónde, el banco se va a volver loco con los cargos) y vuelta de nuevo. Y cuando acabo todo y me da la tarjeta de embarque, me dice: "Vaya, su vuelo se demora: no saldrá a las 20, sino a las 22:40". Las ganas de llorar eran casi las mismas que las de matar a la pinche vieja aeromoza (mexicanización de "azafata vejestorio hija de puta").

Menos mal que al final llegué al DF con muchos euros/pesos menos y mucha alegría de más. Pero la parte buena ya la cuento otro día. No vayáis a daros cuenta de que, al final, el esfuerzo mereció la pena.

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