sábado, 9 de febrero de 2013

Soy comparñero de la soberbia

Tras dos semanas de asistencia a mi Maestría en Letras (Literatura española) en la UNAM, junto con un largo proceso de meses intentando superar la asignatura de tramitología, puedo dar y voy a dar una opinión más o menos exacta de en qué consiste la llegada a esta universidad y, en concreto, a la Faculta de Filosofía y Letras, en palabras de la coordinadora de la maestría, la mejor de Latinoamérica en el ramo. Y creo que, en parte, tiene razón.

En lo relativo a las clases, tanto profesores como materias son extraordinarios. En serio, me han sorprendido muy gratamente tanto la sabiduría y la experiencia de los docentes, que saben de verdad su materia y mil y un temas más relacionados con ella, como el sistema de clases, basado verdaderamente en leer literatura, teoría y crítica para reflexionar, escribir, comentar en clase y, en definitiva, aprender. En mi opinión, ambas cosas están a un nivel mucho más alto que en España, al menos, en las dos universidades que conozco: la Universidad de Málaga y la de Barcelona. No quiero decir con esto que no tuviera antes profesores estupendos y materias provechosas, que los tuve, pero también me encontré con profesores mediocres (que son legión, en realidad) con los que aún no me he topado en mi nueva facultad. Mas, siguiendo las leyes más elementales del pesimismo realista, seguro que todo llegará.

La cara y la pose de la Minerva (según creo) que simboliza
la Facultad ya indica lo que el hartazgo de soportar a
semejantes soberbios diariamente puede hacer a tu
salud mental.
Lo que sí que es digno de comentar, por execrable, es el ambiente universitario de mis compañeros de maestría. Curiosamente, siendo una facultad de letras, hay un número considerable de hombres estudiando literatura, cosa que me alegró al principio, porque me parecía otra ruptura con mi realidad pasada. ¡Qué equivocado estaba! Y no en que hubiera más hombres, que los hay, sino en alegrarme. El 80% de los estudiantes varones que he conocido consideran, sin paliativos, que son lo mejor que durante el siglo XX se ha parido en México. Se trata de una caterva de muchachos que se denominan sin pudor, a su tierna edad, intelectuales, y que citan a un crítico cada vez que dan una opinión, cosa que ocurre con tanta frecuencia como aparecen nuevos políticos corruptos en España. Opiniones, por supuesto, que están a la altura de los principales críticos y teóricos de la disciplina, a los que se permiten corregir sin ningún tipo de paliativo ni muestra de humildad. 

Lo mejor es cuando introducen lo que mi ex denominaba, con tino y muy acertadamente, preguntas-ponencia: ante el incauto profesor, que ha dicho amablemente que planteemos las dudas que nos sugiere el texto, el futuro Premio Nobel diserta una larga perorata sobre todas sus opiniones, críticas y comentarios del texto, con convenientes puntualizaciones que remedien el escaso nivel intelectual del mismo. Discurso que, por supuesto, no interesa a nadie, y, para más inri, acaba con un servidor preguntando, reconozco que con toda la mala intención  de dejarlo en evidencia, que en mi humilde opinión tal aserto no tiene nada que ver con lo que se trata y que, además, se está equivocando, porque si sabe leer verá que el documento dice exactamente lo contrario de lo que critica. No, no es broma, pasó exactamente así, con el compañero de al lado dándome codazos para demostrar la hilaridad que le provocaba la situación.

Otro tipo de personaje divertido de comentar e imposible de aguantar es el que yo llamo "el apuntador". Los apuntadores son aquellas buenas gentes que, en su espíritu de hacerse notar en todo momento y demostrar que han leído muchísimo más que cualquiera en todo el orbe, van apostillando al profesor cada vez que este nombra algo que conocen. Por ejemplo, el profesor dice: "Pepito Pérez publicó en tal revista", y se oye por lo bajo, pero en un eco perfectamente audible (porque la gracia es que el profesor sepa quién lo dice y qué sabe), algo como: "Sí, la que editaba Fulano de Tal". Y así, cada tres o cuatro apuntes del profesor, el muchacho complementa nuestro conocimiento y, de paso, nos aburre hasta el infinito. Prodigio de memoria, hace sus comentarios mirando al profesor y asintiendo conforme va hablando, dando su aprobación a lo que el docente, creo que muy sufrido, intenta explicar.

He de decir en su defensa que quizá los estoy prejuzgando, porque apenas los conozco: mediocre y un tanto irritante, porque últimamente voy cortando estas cosas todo lo que puedo para no volverme loco, aún no se han dignado a tomar un café tras las clases, a pesar de mis continuas invitaciones. Las chicas son mucho más majas, dónde va a parar: preguntan y comentan sin problemas, cosa que no critico; hacen comentarios inteligentes y charlan un ratito antes y después de clase sin nombrar a Proust. Creo que, por ahora, es lo máximo a lo que puedo aspirar.

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